(…) junto a la palabra coronavirus, apareció otra: infodemia.

 

Cuando los cubanos nos sentamos frente a nuestros televisores en la noche del 11 de marzo de 2020 y el presentador leyó ante las cámaras la nota informando que tres turistas italianos que paseaban por la Isla habían sido diagnosticados con una extraña enfermedad respiratoria, nunca imaginamos hasta qué punto ese momento significaría un vuelco que haría estremecer nuestra existencia como sociedad, desde los detalles más básicos y materiales de la convivencia pública, hasta la más individual y profunda comprensión de la fragilidad de la vida.

Pero antes, el 30 de diciembre de 2019, el coronavirus había dado un salto mayor al que realizara de un animal al ser humano: saltó a las redes sociales. Ese día Li Wenliang, médico del hospital Central de Wuhan, envió un mensaje a un grupo de colegas en red WeChat, de amplio uso en China, alertando de la detección del nuevo virus y advirtiéndoles para que tomaran precauciones con sus familias. El mensaje fue de inmediato reenviado por varios miembros y pasó a otras redes sociales.

En los primeros días de enero de 2020, el Dr. Wenliang y otros usuarios de la red fueron citados y amonestados por la policía china por propagación de alarma y divulgación indebida de información. En declaraciones posteriores al diario The Beijing News, el médico dijo: “Les dije a todos en el grupo que no hicieran circular el mensaje, no pensé que se trasmitiera tan pronto”. [1]

Se iniciaban las expansiones de dos pandemias que viajarían juntas por el mundo: la sanitaria y la mediática. En pocos meses, en todo el mundo millones de personas se contagiaron y fallecieron, mientras que junto a la palabra coronavirus, apareció otra: infodemia.

El término proviene de la combinación de las palabras información y epidemia, usándose para referirse al exceso de emisión y recepción de contenidos sobre un mismo tema, en una situación favorable para la proliferación de noticias falsas y contenidos seudocientíficos, que llega a generar en el público sensaciones de stress, pánico, y agotamiento mental.

En el momento en que se detectan los primeros casos en Cuba, el país había pasado en apenas poco más de un año de ser una de las naciones en el mundo con menos conectividad a la red de redes, a tener millones de personas conectadas a través de datos móviles y zonas wifi a partir de la conexión de la Isla al resto del mundo a través de un cable submarino de fibra óptica. Para cuando se cumplió un año de iniciada la pandemia, la mitad de la población adulta del país hacía uso de internet en su celular, y seguía en aumento. Si bien entrado el segundo año de la pandemia la crisis económica y la paralización de los vuelos hizo contraer el crecimiento, y significó una disminución de la velocidad a la que el país se estaba informatizando, pues la importación informal de teléfonos móviles —la principal vía de abastecimiento tecnológico para la sociedad cubana— casi se vio en cero, alcanzado un teléfono móvil precios exorbitantes.

La vida de gran parte de los cubanos comenzó a girar en torno a las redes sociales, y millones de cubanos comenzaron, de apenas usar el correo electrónico, a convertirse en usuarios de Facebook, Whatsapp, Twitter, Instagram, Tik Tok y You Tube. Nunca antes una verdad o una mentira viajaron tan rápido.

Para una sociedad que no estaba preparada para un proceso de inmersión al mundo digital tan vertiginoso, significó que grandes cantidades de personas se convirtieran en consumidores compulsivos de un volumen de información y contenidos que los llevó a niveles nunca antes conocidos de toxicidad en sus relaciones. Sin dejar de mencionar que comenzaron a interactuar, con empatía o antagonismo, tanto los cubanos que viven en Cuba con los que residen fuera del país, una parte de estos últimos traumados por la experiencia migratoria, con sentimientos de resentimiento y odio a la sociedad que dejaron atrás. Dentro de Cuba igualmente la frontera social entre los comportamientos se disolvió, y la facilidad con que los insultos, acosos, agresiones de todo tipo, estimulados por el anonimato o el distanciamiento que propician las redes, se vieron multiplicados a niveles alarmantes.

Nada de esto ocurrió por simple espontaneidad, decenas de millones de dólares son canalizados cada año por el gobierno de los Estados Unidos como parte de una política de fomento de la subversión y la desestabilización de Cuba, para lograr un cambio de régimen en la isla caribeña.

Desde inicios de los años 2000, pero especialmente a partir de la segunda década, acompañando el aumento de la conectividad, mayores cantidades de este presupuesto se destina a financiar incontables páginas webs, manejadas por compañías digitales creadas para este fin, dedicadas a saturar las redes sociales cubanas con contenidos políticos antigubernamentales, campañas mediáticas, noticias falsas, cultivar burbujas de intoxicación temática en sectores sociales determinados y exacerbar el odio, la irracionalidad, junto al comportamiento emotivo ante las situaciones asociadas a la pandemia, como el peligro de contagio, el aislamiento, la escasez, el aumento de precios y la capacidad de las autoridades

Gran parte de los elementos mediáticos que convergieron en ese escenario político son abordados en este libro.

Se necesitaría una investigación aparte para tratar debidamente los sucesos ocurridos el 27 de noviembre de 2020 que llevaron a varios centenares de personas a congregarse frente al Ministerio de Cultura y otros eventos posteriores, típicos de los manuales de guerra no convencional, o los del 11 de julio de 2021, cuando se generaron episodios de disturbios violentos en varias ciudades y pueblos del país, que produjeron choques con la policía y actos de vandalismo contra las tiendas en Moneda Libremente Convertible —tratadas en este libro—, dejando el saldo de un fallecido y varios lesionados.

Igualmente, para describir el escenario económico de crisis que generó el cierre del turismo, provocando la desaparición de todo tipo de productos del mercado, y produciendo un estado de escasez que multiplicó las largas colas para conseguir comprar cualquier artículo de primera necesidad, y creó las condiciones para que se expandiera un mercado negro de reventa callejera.

La huella psicológica que dejará la pandemia en la población cubana, incluyendo el periodo de precariedad y stress acumulado por la situación económica que provocó, deberá ser analizada en profundidad por las ciencias sociales de los próximos años.

Este libro intenta aportar al lector una mirada cuestionadora al ambiente que se desarrolló en las redes sociales digitales en un escenario de guerra mediática mantenido por el gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba, al tiempo que intenta rescatar una memoria histórica que se vuelve cada vez más efímera por el cúmulo de contenidos que diariamente se emiten en las redes. Su principal intención es aportar a la comprensión de los mecanismos de influencia y creación de tendencias comunicacionales que se ejercieron sobre una parte de la población cubaa, a través de la pantalla de millones de teléfonos móviles, durante uno de los períodos más difíciles que han vivido el país y el mundo en el presente siglo.

Notas:

[1] “Médicos apercibidos por difundir rumores en el chat”, Beijing News, enero 31, 2020.

(Tomado de La Jiribilla)

  • Puede descargar el libro aquí.