El 4 de febrero último pudo ser un viernes cualquiera, pero no lo fue. Para quienes estuvieron reunidos en el salón 1930 del Hotel Nacional de Cuba se convirtió en un día de reconocimientos. En la emblemática institución hablaron de ciencia, de la COVID-19 y de las miles de vidas salvadas gracias a la biotecnología cubana y la producción de los interferones.
Hoy el Heberon® Alfa R, el HeberFERON® y el Nasalferon —productos desarrollados por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) de sobrada valía para el sistema de salud cubano— son una realidad gracias a que, cuatro décadas atrás, el 28 de mayo de 1981, seis especialistas lograron lo que parecía una utopía: producir el interferón alfa leucocitario humano.
En aquel momento habían transcurrido pocos meses desde que dos científicos emprendieron el camino en aras de lograr el más novedoso de los tratamientos contra el cáncer, como le había expresado el médico estadounidense Randolph Lee Clark al Comandante en Jefe Fidel Castro.
Aquella respuesta motivó que los doctores Manuel Limonta Vidal y Victoria Ramírez Albajés fueran a Estados Unidos, al Hospital M. D. Anderson y el Instituto de Tumores de ese centro en Houston, Texas, a familiarizarse con los trabajos de interferón del equipo de Lee Clark y que la experiencia contribuyera a obtenerlo en Cuba.
El doctor Limonta Vidal, quien en 1986 se convirtió en el primer director del CIGB, contó a la Agencia Cubana de Noticias (ACN) que en esa oportunidad aprendieron mucho sobre el uso del producto y los eventos adversos, elementos cruciales para aplicarlo en el país.
A su regreso al archipiélago cubano, tuvieron una reunión con Fidel, donde le informaron que el interferón que se empleaba en EE.UU. se obtenía en el laboratorio del profesor Kari Cantell, en Helsinki, Finlandia, en el mismo lugar donde en 1972 se había logrado por primera vez esta molécula.
La decisión era clara: había que ir hasta Finlandia. Y para asimilar más conocimientos, a ellos se unieron cuatro especialistas del Centro Nacional de Investigaciones Científicas. Eran los doctores Ángel Aguilera Rodríguez, Eduardo Pentón Arias, Silvio Barcelona Hernández y Pedro López Saura.
En territorio finlandés estuvieron nueve días, en los cuales aprendieron la tecnología, no sin sorprender a quienes los rodeaban, pues para muchos, Cuba era un país desconocido y la biotecnología, un invento para ricos.
Rememoró Limonta Vidal que incluso Kari Cantell estaba reacio a aceptar al grupo de científicos cubanos, porque decía que habían ido de muchas otras naciones y después no producían nada.
“Él no nos tenía confianza, pero nos adueñamos de su laboratorio. Empezábamos a trabajar primero que sus trabajadores y nos íbamos después”, señaló.
Cuando regresaron tenían mucho que poner en práctica y, de conjunto con los constructores, adaptaron la casa de protocolo número 149 del capitalino reparto Atabey, en Playa, para que sus 180 metros cuadrados se convirtieran en un laboratorio donde poder realizar los primeros experimentos.
A Finlandia fueron en marzo de 1981 y el 28 de mayo, en menos de 45 días, se logró producir, a partir de glóbulos blancos, el primer interferón cubano con todas las condiciones físicas, químicas y biológicas para ser utilizado. Era el menor tiempo en que se obtenía el producto en el mundo.
Para conocer sus beneficios pasó poco tiempo, pues ese mismo año empezó a aplicarse en pacientes contagiados por el virus del dengue tipo 2 y en el enfrentamiento a la epidemia de conjuntivitis hemorrágica.
El Doctor en Ciencias Farmacéuticas, Hugo Nodarse Cuní, jefe del Departamento de Investigaciones Clínicas del CIGB, explicó a la ACN que cuando Cuba comenzó a producir el interferón alfa, se ubicaba a la par de los países desarrollados que lo investigaban para el tratamiento del cáncer, aunque esas inesperadas enfermedades obligaron a que tuviera un bautismo como medicamento antiviral.
Así, el primer producto de la biotecnología cubana tuvo un uso para el que no había sido originalmente concebido, lo que permitió salvar miles de vidas, incluyendo las de muchos niños, y su efecto antiviral quedó como principal indicación del fármaco y permitió obtener, más adelante, el registro sanitario, expresó.
El también Investigador Titular detalló que como medicamento tiene varias aplicaciones, las que se han logrado registrar durante 40 años de investigación y desarrollo. Se emplea en la terapéutica de padecimientos oncológicos y del sistema nervioso central, así como en el tratamiento de las hepatitis B y C y las infecciones por el virus del papiloma humano.
Resaltó que el interferón cubano es inmunomodulador (puede fortalecer la respuesta inmunitaria), antiproliferativo (que inhibe la reproducción celular, especialmente en células cancerosas), antifibrótico (evita la formación de tejido conectivo fibroso en un órgano o tejido) y antiangiogénico (inhibe o reduce la formación de nuevos vasos sanguíneos, por lo que se utiliza como tratamiento de los hemangiomas de la infancia).
Nodarse Cuní precisó que ha demostrado ser seguro y efectivo, lo que permitió que a la llegada de la pandemia rápidamente se pensara en él
como tratamiento antiviral de primera línea en el Protocolo de Actuación Nacional para la COVID-19.
“Los resultados aportados en estos dos años hacen que se mantenga como antiviral de elección en las diferentes versiones actualizadas del protocolo cubano, se reposicione como importante molécula terapéutica después de 40 años y aparezcan nuevas formulaciones”, destacó.
Actualmente, Cuba es el único país donde se producen cuatro preparados con esta proteína: el interferón alfa 2b humano recombinante (Heberon® Alfa R), el interferón gamma humano recombinante (Heberon® Gamma R), la combinación de ellos en un mismo bulbo (HeberFERON®) y el interferón alfa 2b humano recombinante en formulación nasal (Nasalferon).